lunes, 5 de julio de 2010

Videla en la tele: 5 de julio del 2010.

Que bueno es escuchar a Videla. Yo tenía 2 años en el 85’ cuando el juicio a las juntas. Mi generación y las posteriores nunca lo escucharon hablar. Un vacío, una omisión lo reemplazó. Nunca dio entrevistas ni habló en público. Para muchos de nosotros el recuerdo de Videla es un indulto difuso y, muchos años después, ya con mayor nitidez, un cuadro descolgado en la ESMA. No le conocíamos la voz. Cuando yo era chico creía que estaba muerto, que estaba en la historia, que era un prócer malo.

Hoy lo vi hablar. Es un hombre viejo, lúcido, que piensa y que tiene convicciones. Es un hombre que está ahí, sentado. Videla no es un mito, es un hijo de vecino. Trata de justificar y da argumentos. Le habla al tribunal y entiende de razones procedimentales.

Usa unos lentes elegantes y el bigote prolijito. Bien afeitado. Quizá se lo emparejó esta mañana. Tiene 84 años pero su voz parece la de un hombre más joven. Mirá vos… yo me lo imaginaba más arruinado. ¿Qué comida le gustará? ¿Donde se cortará el pelo? ¿Qué preferirá ver en televisión?

Que bueno que lo fueron a buscar, que lo sentaron, que lo hacen hablar, que le hacen dar razones. No está muerto, ni es un prócer, ni es un mito. Es un hombre de carne y hueso. O sea que la dictadura no es algo que pasó, como pasa una tormenta o una estación del año. Es algo que hicieron, que decidieron hombres de carne y hueso que hablan, que son lúcidos, que piensan, que tienen convicciones, lentes elegantes y bigotes prolijitos. Que tienen gustos gastronómicos. Que se cortan el pelo y se perfuman para ir a mirar tele.

Cuando era chico pensaba que Videla era un hombre que había muerto: los pendejos de hoy no podrán decir lo mismo mañana. Hoy, mientras hacía zapping, lo vi hablando ante un tribunal en Córdoba. No estaba en la historia, estaba en su casa: sucede que no lo iban a buscar.

Metafísica del Boliche I

Ya se sabe que la contingencia es el principal atractivo de la política y del boliche. Si uno pasara una magnífica noche en uno de estos centros de reunión, y al despertar tuviera que elegir entre volver a repetirla o ir a otro lado en busca de nuevos recuerdos, sin duda, quien posea un espíritu divertido y soñador, elegiría la novedad a riesgo de aburrirse, que la diversión garantizada pero conocida.

Esto nos revela un principio indiscutible: la diversión y la certeza son enemigos irreconciliables. Algo divertido es algo que modifica algo, que nos modifica. Por eso la rutina es pariente del aburrimiento, porque es la práctica de hechos conocidos con certeza, y que, por tanto, son tan predecibles como las fiestas de 15 (que también son aburridas). Y es que quien ha ido a una ha ido a todas.

Retratada con majestuosidad por el insigne cantautor español Miguel Rafael Martos Sánchez, más conocido como Raphael, esta tesis se esconde en los versos que lo lanzaron a la fama : “Hoy para mi es un día especial/ pues saldré por la noche / podre vivir lo que el mundo no esta”… y luego remata con un estribillo tan pegadizo como profundo: “Que pasara, que misterio habrá/ puede ser mi gran noche/ y al despertar ya mi vida sabrá/ algo que no conoce”.

Pero lo contingente – que según la sentencia Aristotélica, es lo que puede ser de una manera, o no– no es predecible, a lo sumo es probable. Por eso, hordas de muchachos y muchachas salen por las noches. Porque creen que por la mañana algo en sus existencias habrá cambiado. Quizá no sea así, pero no importa, lo verdaderamente importante es no conocer ese destino invariable. Sabemos que el sol saldrá mañana (perdón Hume), sabemos que volveremos a nuestras obligaciones el lunes y que la muerte es inevitable; sabemos qué programas dan en la tele y que si duermo bien mañana me sentiré mejor. Pero lo que no sabemos, lo que nos es imposible determinar con certeza, es que pasará cuando esta noche nos acerquemos a decenas de personas desconocidas.

Nadie baila en el mismo boliche dos veces, decía Heráclito, pues el boliche no es el mismo y el que baila tampoco. Las variaciones son tantas de una noche a otra, que estas son imposibles de aprehender en un orden determinado. Pero ese misterio, ese desconocimiento que inspira nuestras burguesas aventuras, como todo, es efímero. La estructura bolichesca también nos es revelada con el tiempo. Y es que si las variaciones son muchas, las invariantes son otras tantas, y poco a poco, noche tras noche, año tras año, las regularidades se nos van filtrando como un cáncer en el espíritu. Y la diversión se va apagando.

Le vamos sacando la ficha al boliche. Lo que antes era un montón de jugosos hechos individuales, van siendo clasificados en “tipos”. Las personas, que antes eran todas distintas, particulares, en fin, un mundo por descubrir en cada una, comienzan a presentársenos en “clases” de las que conocemos sus características generales. La noche, que antes veíamos vertiginosa, repentina e imprevisible, comienza a presentársenos como un río manso en cuyo caudal podemos deslizarnos “haciendo planchita”. Lo que antes era un montón de momentos inconexos como un ruido atonal y lleno de adrenalina en el que no se sabía que nota vendría después, ahora es una melodía que conocemos de memoria y que podemos silbar bajito. La irregularidad ha dado paso al ritmo, y el ritmo es algo que podemos anticipar.

Hasta la seducción pierde su encanto. Ya sabemos de antemano quien es susceptible de caer en nuestros encantos y quien no, y ya sabemos cómo hacer para que nuestras bocas vayan pasando de las palabras a los hechos. La adrenalina se vuelve eficacia. La pasión, método.

Bienaventurados las mocitas jóvenes y los mocosos irreverentes que han comenzado a descubrir la noche. Que hacen colas en los boliches ante la indignación de los adultos que se van a dormir mientras dejan caer un “…hay que tener ganas”. Dichoso quienes no conocen la regularidad, ni la clasificación certera. Dichosos los que no saben predecir aún. Los que no saben cuantos besos le caben en la boca y los que ignoran cuantas veces repetirán lo que ahora hacen por única vez. Afortunados los que piensan que ella es una y no cualquiera. Felices los del caos del boliche, felices en el desorden de una experiencia que no puede atrapar ni una cosa igual a otra.

Con los años, lo que era un caos se convierte en un orden, y lo que era diversión en un hábito. Y es que el río revuelto entrará en calma, se habrá equilibrado. Y el equilibrio, dice algún estudioso de los sistemas, es cuando los cambios rápidos ya han sucedido y los lentos están aún por suceder. Entonces, hartos de noches acumuladas, solo podremos esperar algunos cambios minúsculos. Cada tanto, alguna cosita se saldrá del libreto y nos hará creer que el desorden y el caos puede revivir. Pero luego la certeza volverá y sabremos que mañana seremos los mismos, que ya nada nos modificará, más que la muerte. “Que pasara, que misterio habrá/ puede ser mi gran noche/ y al despertar ya mi vida sabrá/ algo que no conoce /Que pasara, que misterio habrá/puede ser mi gran noche/ y al despertar ya mi vida sabrá/ algo que no…”




Bibliografía:

  • Borges
  • Dolina
  • Sabina